La dirección del Tiempo


"Ni libros, ni películas, ni música, ni nada. Solo tiempo. Solo tiempo para estar". Así declamaba el Dr. Fleishman en los últimos capítulos de la fantástica serie televisiva "Doctor en Alaska" (nunca se combinaron mejor Walt Whitman, la mecánica cuántica y los Monty Python) cuando, perdido y aislado en el inhóspito territorio norteamericano, solo podía limitarse a sentir "el fluir del tiempo sobre sus células".

Pero no hace falta irse a lo más recóndito de Alaska para sentir que el tiempo avanza, basta ver cómo cada día las patas de gallo comienzan a instalarse en nuestra cara sin que nadie les haya invitado a hacerlo. Por este motivo, no hay concepto científico al que el público no especializado dé tan fácilmente la bienvenida como el de la flecha del tiempo, sin musitar una muesca de "..eso no lo voy a entender". Es un concepto aparentemente obvio, las flechas se mueven en una sola dirección y siempre hacia adelante, al igual que fluye el tiempo, del pasado al futuro.

Pero la ciencia niega tajantemente que el tiempo como tal "fluya". Lo que la flecha del tiempo marca es el orden en el que los acontecimientos ocurren en este. Nadie ha observado nunca que un vaso hecho a��icos se recomponga espontáneamente, o que una tortilla se reordene hasta convertirse en el huevo que fue, o que recordemos el futuro y no el pasado. Los sistemas siempre evolucionan de manera espontánea siguiendo una determinada secuencia, como una película que no puede darse marcha atrás, en una sola dirección privilegiada. La flecha del tiempo refleja que nuestro universo no es simétrico en el tiempo.

La ley que describe este asimétrico acontecer de la realidad no se haya en las intrincadas ecuaciones de la relatividad general, ni tampoco en los complejos principios de la mecánica cuántica, ni en ninguna otra sesuda teoría. Se encuentra en una ciencia en apariencia más modesta, la termodinámica. Su segunda ley nos dice que en todo sistema (un vaso, una tortilla, el universo) podemos definir una curiosa función llamada entropía, que refleja la medida del desorden microscópico de dicho sistema, y que si no hay intercambio de energía con el exterior, este evolucionará siempre espontáneamente hacia estados de mayor entropía, es decir, de mayor desorden (basta con dejar de introducir energía en la limpieza de la casa para darse cuenta de esta ley universal).

La maldición inexorable de la entropía se cierne sobre cualquier proceso biológico, incluido el envejecimiento. Al igual que en el caso de la tortilla reconstruida, nadie ha visto un hombre mayor comenzar a rejuvenecer día tras día hasta convertirse en un bebé. Al alimentarnos, al respirar, etc., los seres vivos extraemos energía del entorno con objeto de intentar mantener baja nuestra entropía. La vida es una continua lucha por evitar el equilibrio final que supone la muerte, una continua lucha contra la segunda ley de la termodinámica, o como la enunciaba Woody Allen, "la tendencia que tiene todo a irse al carajo".