Galileo & Darwin.

Dos revoluciones imparables

Galileo y Darwin dieron un giro al modo de concebir la ciencia en su época y revolucionaron el concepto del lugar que ocupamos en el mundo. La importancia de Galieo en la historia de la astronomía y, por extensión, de la ciencia, resulta fundamental, no sólo por sus descubrimientos, sino por el giro radical que su modo de concebir la ciencia supuso; como dijo un filósofo de la ciencia, “de lo que se trataba no era de combatir teorías erróneas, o insuficientes, sino de transformar el marco de la misma inteligencia”. Galileo vivió en una época en la que todas las respuestas procedían de la filosofía o de la Biblia y, aunque hubiera evidencias en su contra, se ignoraban o se tachaban de ilusiones.

Galileo denunció el gravísimo error de utilizar un texto bíblico en discusiones científicas y fue su revolucionaria actitud ante la naturaleza, que exigía demostraciones, la que constituía la verdadera amenaza para la alianza de filósofos y teólogos. Aunque con espíritu pragmático Galileo terminó por retractarse, fue condenado a arresto domiciliario de por vida.

Charles Darwin, cuya figura fue objeto de una caricaturización permanente, también mostró una actitud revolucionaria ante la naturaleza. Darwin fue un científico muy versátil, naturalista con amplios conocimientos de biología y geología, un viajero apasionado que transformó sus periplos en literatura. Fue además un excelente polemista, siendo el mejor defensor de sus teorías. La teoría de la evolución mediante selección natural fue una idea simple y genial para explicar la exhuberante complejidad de la vida. Es raro encontrar una teoría científica que asuma el nombre de su descubridor, como es el darwininismo.

Aunque han pasado siglos, sobre las tumbas de Galileo y Darwin en la Santa Croce de Florencia y en la Abadía de Westminster, respectivamente, todavía hay quien les teme. Quizás son los mismos que se negaron a mirar a través del telescopio para comprobar las afirmaciones de Galileo, aduciendo que se trataba de puras ilusiones, que no querían “aturdirse la cabeza” con cosas nuevas y que no tenían interés en “meterse en andanzas” que les cambiaran las ideas de siempre.